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El eslabón de mayo, y las listas para volver a las urnas
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El eslabón de mayo, y las listas para volver a las urnas

viernes 10 de abril de 2020, 10:43h

El “Día del Trabajo, viernes primero de mayo, se presenta como el último eslabón que debe tener cerrado el Gobierno antes de empezar a eliminar, paso a paso, el “Estado de Alarma”. Sería una locura adelantar las salidas a la calle. Con la alargada sombra de tres elecciones esperando en otoño. Con sus listas de aspirantes esperando.

La ministra de Hacienda y portavoz del Gobierno no parece que piense muy bien lo que dice cuando se pone delante de una cámara de televisión. Tal vez se sentía hace apenas 72 horas en la obligación de cambiar el calendario de “Estado de alarma” que ha explicado hasta en cinco ocasiones su presidente y otras tantas sus ministros Illa y Abalos. Hasta el día 26 de abril todo sigue igual, con las mismas restricciones y las mismas medidas de seguridad.. es verdad que la vigilancia en las calles se ha relajado por el cansancio, pero las cifras de contagios y muertos - sean correctas o estén minimizadas - no se pueden esconder.

A partir de esa fecha, se verá qué tipo de “Alarma” se mantiene y en qué lugares. Desde luego no será el futuro de puertas abiertas que muchos desean para empezar a olvidar lo antes posible.

Pues bien, y volviendo a la señora Montero, va y asegura en la televisión que a partir de la semana del día 13 se va a poder salir a la calle. Media hora más tarde sus compañeros Illa y Abalos dijeron lo contrario. No podía ser otra manera. Y para remachar,en la mañana del jueves, en el Congreso, Pedro Sánchez llegaba más lejos: se está planteando alargar la Alarma” todo el mes de mayo. Con correcciones pero dependiendo de la capacidad del Estado para hacer millones de pruebas y contabilizar de verdad el alcance de la Pandemia.

Los contagios contabilizados han aumentado en las últimas 24 horas y las muertes, también. Un poco bastante de seriedad le vendría muy bien a la señora portavoz que debería estar enfrascada en las medidas que tomará su Ministerio para abordar la crisis económica, en la que ya estamos, y que puede devorar el propio sistema democrático.

El país está a punto de estallar por las costuras. Es una realidad. Demasiado tiempo y demasiadas noticias, que no son otra cosa que repeticiones. Con el convencimiento generalizado de que hay más mentiras que verdades en lo que cada comparecencia pública nos cuentan. Los ciudadanos estamos hartos y los políticos, a lo que parece,mucho más. Se han terminado las treguas. La bronca dura y áspera ha vuelto al Congreso sin haberse bajado de los medios de comunicación.

Ahora Pablo Casado quería llevar a 40 diputados a sentarse en sus bancos del Hemiciclo, azuzado por una Cayetana Álvarez de Toledo, que tiene la virtud de encontrar cada día una Cruzada en la que embarcarse.

Los “ 40 del Covid” les podían llamar, al igual que llamaron a los “40 de Ayete” que colocó Franco . Para que les vean, para dar la sensación de que la oposición trabaja. Ni unos, ni otros sin tocarse un pelo de sus bolsillos y sus privilegios. A la hora de aportar su granito de arroz a las arcas públicas escurren el bulto.

Un desastre que se une al de Santiago Abascal, que ya tiró de estrategia de confrontación pura y dura hace unos días. El consenso se ha roto y no se va a recomponer. Desde el Gobierno se trata con desgana y hasta con desprecio a la oposición - la pelea entre Adriana Lastra e Isabel Díaz Ayuso es un buen ejemplo de regreso al pasado. Las dos han decidido que las grandes batallas de este otoño ya han comenzado.

Pensemos que se suspendieron en marzo las elecciones autonómicas en Galicia y Euskadi, pero habrá que celebrarlas. Lo mismo ocurre en Cataluña. Demasiados puestos y poder en juego para que la clase política se olvide de las listas y de los votos necesarios para sentarse en un Parlamento autonómico y no digamos, en un Gobierno.

Serán elecciones plebiscitarias, en las que se colocará la epidemia y la respuesta a la misma en el centro del tablero. Se hablará y mucho de las muertes y se buscarán culpables. Entre los que hoy gobiernan y entre los que gobernaron. Se taparán todas las vergüenzas posibles. Y se mentirá con todo descaro.

Esta España nuestra partida de nuevo en dos: derecha a un lado, izquierda a otro. La verdad huyendo a todo correr. Se han tomado muy mal las medidas, dirán unos; ustedes dejaron la sanidad pública hecha unos zorros, insistirán los otros. En el pasado un poco más lejano la crisis financiera de 2008 que diezmó la capacidad de España. Y la desidia y gastos superfluos de 17 Comunidades autónomas con 17 Sanidades distintas.

No es que en el exterior del país las cosas ayuden. Al Eurogrupo le ha costado ponerse de acuerdo a la hora de decidir cuánto dinero hace falta, quién lo pone, dónde va y cómo se devuelve. Medio billón de euros, que pueden parecer muchos pero que se quedará muy cortos. No a fondo perdido. Habrá que devolverlos. Otra vez en la casilla de la deuda que paralizará las inversiones y reformas necesarias .

Ni siquiera España e Italia reman ya en la misma dirección. Conte tiene más apoyos que Sánchez pese a que su país ya ha sobrepasado el 150 por ciento de su PIB.

En Alemania han pillado a Merkel en su ruta de salida y no parece que haya un candidato listo para sucederla. También atada por una Holanda muy agresiva y unos países del Norte que miran con desconfianza a los eternos pedigüeños del Sur. Y en Francia, con las Legislativas de marzo a medio hacer y que celebrarán una segunda vuelta, Macron está cayendo en picado en todas las encuestas tras conocerse los datos de contagios y muertes.

De Gran Bretaña, mejor ni hablar. No se sabe quién manda y hasta dónde puede mandar el ministro de Exteriores mientras el primer ministro lucha por su vida. Con éxito y ya con un nuevo jefe de la oposición que ha sustituido a Corbin.

Nos queda Portugal, un ejemplo muy próximo de sensatez y orden político. Desde el gobierno y desde la oposición el comportamiento de sus líderes es intachable. No vendría mal copiar ese ejemplo. Lejos de los rimbombantes e imposibles recuerdos del pasado, con “Los pactos de la Moncloa” con los que parecen amenazarnos para salvarnos. Allí salíamos de la Dictadura para poner en marcha una democracia. Hoy esa misma democracia parlamentaria está muerta, asfixiada por sus propios intérpretes,recluidos en su propia burbuja.

Es duro decirlo y asumirlo: Tras 40 años de profesionalismo, nuestra clase política tiene muy bajo nivel. Una gran mayoría está donde no debería estar y con responsabilidades sobre la gestión de miles de millones de euros. Es en las situaciones difíciles cuando se mide el nivel de los dirigentes. No en el lento y aburrido debate parlamentario de cada semana, en el que unos y otros juegan a lanzarse pullas y algún que otro sonoro insulto.

Desde Adolfo Suárez a los nacionalistas vascos y catalanes; desde Manuel Fraga a Felipe González pasando por Santiago Carrillo, hubo un deseo de sumar y no de restar , de construir y no de destruir. Se hicieron concesiones por parte de los que llegaban del exilio y de los que salían del propio sistema. Se consiguió y ha durado 40 años. Se acabó, tanto para bien como para mal. El futuro no se va a escribir, no se está escribiendo con aquella tinta.

Volviendo al hoy y al inmediato mañana: España debería salir cambiada pero me temo que mucho menos de lo que debiera. El paro volverá a subir hasta el seis o siete por ciento. Haya o no haya salario de supervivencia. También aquí las relaciones entre la CEOE de Garamendi, el Gobierno y los Sindicatos, se han roto.

Se perderán más de 90.000 millones por el turismo extranjero que no llegará. Cerrarán empresas, nacerán otras, se unirán los bancos, se repartirán cientos de miles de millones en créditos, ayudas, subvenciones... ¿ Cuánto va a pedir España y sus bancos a la tambaleante Europa ?Todo para que nada cambie. Ya lo dejó escrito Lampedusa - sea cierta o interpretada la frase - en la primera mitad del siglo XX en su novela, un ejemplo de ironía y sarcasmo con el que el autor italiano reflejó el poder de las élites y de lo que eran capaces para mantenerlo, en lo que se conoce como ”gatopardismo”: “si queremos que todo siga como está es necesario que todo cambie”. Una forma de engaño culta y refinada que siempre deja en mal lugar a los mismos.