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La memoria, adversario obligado y aliado indispensable
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La memoria, adversario obligado y aliado indispensable

lunes 02 de diciembre de 2019, 11:12h
El problema que nos afecta a todos, cada día y en los momentos más inesperados, está dentro de la propia memoria: ella misma cambia a su antojo, y cuando no lo hace, por pereza o malicia, deja que la podamos cambiar a voluntad

Lo bueno que tiene la memoria es que existe. Lo malo que tiene es eso mismo, que existe. Y la solución para el problema que nos afecta a todos, cada día y en los momentos más inesperados, está dentro de la propia memoria: ella misma cambia a su antojo, y cuando no lo hace, por pereza o malicia, deja que la podamos cambiar a voluntad. Nos deja hacer trampas y hasta nos señala las cartas marcadas. Lo que no nos asegura es el resultado final de la partida.

La memoria es individual. No hay memoria colectiva ni siquiera de los grandes sucesos que afectan a millones de personas. Cada una de esos millones entrará en su memoria de manera diferente. Unirá los recuerdos de manera distinta. Y su interpretación de los mismos será imposible que coincida al cien por cien con la persona más próxima, por mucho que hayan vivido los acontecimientos al mismo tiempo, en el mismos lugar y bajo las mismas condiciones. La “memoria de los pueblos” es un término de un carácter tan colectivista y gregario que asusta. Una forma de someternos a cada uno de nosotros a un yo colectivo del que renegamos por dentro y aceptamos por fuera. La ignorancia y la pereza suelen caminar juntas por esos caminos. La memoria se adormece y decide entrar en coma hasta su extinción. Una rebelión pasiva. Un adiós prematuro.

La memoria nos ayuda a vivir. Aprende mientras caminamos. Nos sirve tanto para amar como para odiar. Para invitarnos a correr riesgos y para huír de ellos. Nos traslada tanta esperanza como angustia. Es flexible como los juncos y dura como el granito. Sirve para mentir y para decir la verdad. Nos libera y nos hace prisioneros de nosotros mismos. La queremos apartar de nuestro lado con la misma intensidad con la que la abrazamos.

Es el testigo incómodo de lo que hacemos y de lo que dejamos de hacer. Es parte indispensable de nuestro orgullo y consuelo necesario para nuestras decepciones.

La memoria es un adversario obligado y un aliado indispensable. Con ella triunfamos y perdemos, tan culpable de nuestras glorias efímeras como de los fracasos resueltos. Con los años se vuelve perezosa y tramposa. Corre hacia atrás como los cangrejos para saltar sobre el presente con la ferocidad del mayor depredador. Tan generosa como tacaña. Se transforma al mirarla y, como los espejos, nos devuelve sin inmutarse lo que esperamos ver. O lo que nos gustaría no ver.

La memoria es siempre generosa tanto en la felicidad como en el dolor. No lo puede evitar. Sirve de medicina y de veneno. El dilema de usar una u otro lo deja a su compañeros: la independencia, el valor, la audacia, la prudencia. Ella aporta los materiales, la forma de construir la deja en nuestras manos. Nos proporciona palabras para que expresemos sentimientos. Y nos impone sentimientos que ahogan las palabras. Nunca está muda, ni indiferente. Puede que no lo escuchemos o que bajemos el volumen de su voz. Es esa compañera de viaje que permanece en silencio pero cuya presencia es imposible de ignorar.

La memoria es la gran fábrica en la que se producen los sueños y las pesadillas. Es un almacén tan ordenado que consigue que no se pierdan las cosas importantes. Deja que se escondan, que aparezcan mezcladas en archivos imposibles. Es infinita y tan creativa como el mejor de los poetas, el más riguroso de los historiadores y el más brillante de los científicos. Cuando siente el peligro imita tanto al camaleón o al avestruz como a la más letal de las serpientes. Nunca se deja vencer y los que creen que lo han conseguido descubren que era un simple engaño.

La memoria, una vez creada y alimentada con glotonería, nos informa. Lo mejor que podemos hacer es respetarla. Las consecuencias de incumplir este acuerdo básico que firmamos aún antes de nacer es exponernos a su venganza, tan dolorosa como inevitable. Abandonarla nos lleva a la autodestrucción.