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El cruel pasado que puede destruir a Esperanza Aguirre
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El cruel pasado que puede destruir a Esperanza Aguirre

miércoles 04 de septiembre de 2019, 10:41h
El tiempo, cuando se junta con la memoria puede convertirse en un arma cruel y de doble filo. En la naciente Primavera de 2012, la presidenta de la Comunidad de Madrid se sentía más libre que nunca para decir y hacer aquello que sentía y pensaba. Esperanza Aguirre, que debía pasar exámenes trimestrales tras su operación de extirpación de un tumor en el pecho, hizo tras las elecciones autonómicas de un año antes un gobierno a su medida, sin pensar que su exhibición de poder se iba a convertir en pruebas en su contra.

Había conseguido que en la Administración del Estado estuvieran muchas de las personas que venían trabajando con ella en el Ejecutivo regional en los últimos años y, aceptada su derrota frente a Rajoy en el Congreso de Valencia, centraba sus ambiciones políticas en fortalecer su presencia en la icónica autonomía madrileña para desde élla extender su influencia al resto de España.

Con una magnífica y fluida relación con Dolores de Cospedal, la por entonces poderosa secretaria general de su partido y presidenta de Castilla la Mancha, y con su número dos, Ignacio González, de vuelta a la Ejecutiva del partido como una especia de perdón por parte de Mariano Rajoy, comprobaba como la Delegada del Gobierno en la Comunidad, Cristina Cifuentes, aceptaba que le debía mucho de su designación para el cargo por parte del ministro del Interior.

Para cerrar el círculo y demostrar su fortaleza y su mano dura cuando era necesario, por encima de los mil rumores de la Villa y Corte que tan pronto la "colocaban" en el retiro de una embajada, como en la placidez de una vida familiar alejada de la política por deseo de su marido y sus hijos, quería seguir al pié del cañón y mandando. Quiso ser la única candidata a la presidencia territorial del partido, adelantándose a cualquier veleidad que pudieran tener otros, y anuló desde el principio las maniobras que antiguos colaboradores que estaban moviéndose en algunos órganos del partido y en algunos municipios regidos por alcaldes del PP.

Estaba dispuesta a demostrar que mandaba y que la enfermedad no el había restado ni un gramo de fortaleza a la hora de tomar decisiones. La Ejecutiva del PP de la Comunidad de Madrid se convertía desde ese momento en su fortaleza, un fortín inexpugnable desde el que decidir su futuro político, si se presentaba o no a la reelección como presidenta autonómica, y en caso de no hacerlo poder influir de forma decisiva en su sucesión, teniendo en cuenta los deseos de Mariano Rajoy y de la dirección nacional, pero imponiendo al fin a la persona que ella misma hay elegido.

La realidad sería muy distinta. Cristina Cifuentes se alejó de su alargada sombra con enorme rapidez, al igual que lo haría Ignacio González, cumpliendo los dos la misma ley no escrita de los sucesores que “matan” aa los que les han llevado hasta el puesto de mando. Siete años más tarde ha ocurrido con Angel Garrido, doblemente “traidor” tras su pase a Ciudadanos y su aceptación para volver al gobierno regional del que fue presidente como simple consejero; y ha ocurrido con una de las “ protegidas” doblemente por Aguirre y Cifuentes, la actual presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso.

Los liderazgos se asientan sobre victorias y Aguirre, hasta aquel momento y tras la segunda vuelta electoral obligada por las deserciones socialistas que impidieron la llegada al poder de Rafael Simancas, no había parado de ganar y ganar. Ella misma se encargaba de recordar en todos los medios de comunicación que de los 179 municipios que conforman el territorio de la Comunidad, el Partido Popular, su PP, había ganado en 175, y que su mayoría en la Asamblea madrileña era superior incluso a la que gozaba Rajoy en el Congreso.

Tanto por sus méritos como por los errores acumulados de sus adversarios, podía presdumir que territorios, municipios que hasta hacía unos años pasaban por ser claramente de izquierdas, estaban gobernados por alcaldes populares. Incluso el antiguo cinturón rojo que rodeaba la capital, con el sur de la misma como granero del socialismo y de la izquierda en general se habían convertido en un cinturón azul, con pueblos tan emblemáticos como Mostoles, Alcorcón, Leganés y Getafe en poder de los dirigentes que la propia Aguirre eligió para que optaran a las alcaldías.

Hoy, su imputación en la trama “Púnica” junto a Cristina Cifuentes y otros 40 acusados en la misma por el juez García Castellón, que la otorga un papel central en el trasvase de dinero del sector privado para las campañas electorales del PP a cambio de concesiones o favores administrativos, la mujer que ha sido casi todo en el Partido Popular y en la política española, desde presidenta autonómica a presidenta del Senado y ministra, puede que se arrepienta de todo aquel poder que atesoró y que puede convertirse en su principal “testigo de cargo”.