www.cronicamadrid.com
Rubalcaba, más Cyrano que Bradomín
Ampliar

Rubalcaba, más Cyrano que Bradomín

sábado 11 de mayo de 2019, 11:58h
Alfredo Pérez Rubalcaba, siempre político y químico de profesión lo sabía: Lo malo que tienen las muertes es que te mueres. Y lo bueno está en que amigos y enemigos, conocidos y desconocidos, ricos y pobres, poderosos y humildes, durante un tiempo, te alaban sin cesar.

Enumerarán tus virtudes y olvidarán tus vicios. Poniendo en valor tus éxitos y dejando en muy segundo lugar tus fracasos. Y si mueres en medio de una batalla política te usarán como un elemento más de la misma. El Estado, con mayúsculas, ha pasado a rendirle tributo en el Congreso, en el que su ataúd entró y salió por la puerta de los leones.

Enjuto de carnes, feo y sentimental, con un poco más de altura habría sido un buen Don Quijote en esta vida de aventuras que es la política española. Para ser el marqués de Bradomín puede que le faltara la parte de católico con la que Valle Inclán definió a su personaje. Y dada su pasión por la cultura francesa el papel de Cyrano de Bergerac le vendría como anillo al dedo.

Cervantes hizo de su criatura un loco y soñador siempre dispuesto a pelear por los menesterosos y el amor de su Dulcinea. Alfredo entró en política con los sueños entre los folios y con su Pilar al lado y para siempre. El gallego Ramón María, testigo de la decadencia de España a finales del siglo XIX, se colocó ante el espejo y en cuatro Sonatas se definió a sí mismo frente a todos. Dos “mancos heridos en combate” que alimentaron sus propias leyendas con más imaginación que verdades.

El francés Edmond Rostand tiró de historia y de personajes reales que habían vivido casi trescientos años antes que él. Su Cyrano de Bergerac es un acomplejado poeta que entrega su ingenio al amigo que posee el físico pero no el intelecto con el que deslumbrar a la mujer que le ama y es amada por el “apuntador”. El hombre real, del que ahora se cumplen cuatrocientos años, hizo casi de todo con enorme inteligencia, ausencia de pudor, ironía a raudales, pasión desenfrenada por la vida y aceptando que su papel no era de protagonista pero sí de secundario de lujo.

Rubalcaba ha sido eso, un secundario de lujo que supo y quiso retirarse del escenario de la política cuando le pitaron las urnas en su primera aparición como “galán” del reparto en las elecciones de 2011. No quiso segundas oportunidades y regresó a las probetas, las fórmulas químicas y la enseñanza. Mayor gloria a la sabiduría reconocida y la humildad fingida no caben.

De la mano de Javier Solana llegó al Ministerio de Educación. De la mano de Felipe González al de la Presidencia. Con Rodríguez Zapatero alcanzó la cima: vicepresidente del Gobierno, ministro de Interior, Portavoz y durante un mes titular de Defensa. No se podía ser más salvo que fueras el presidente.

Hizo la travesía del desierto en los ocho años de gobierno de José María Aznar y propició con sus intervenciones tras las atentados del 11 de marzo de 2004 que José Luís Rodríguez Zapatero se convirtiese en presidente. Ministro de Interior, luego vicepresidente y portavoz logró vencer en las primarias del PSOE de 2011 y perdió por goleada ante Mariano Rajoy. Llevaba 24 años en el centro de la política nacional. Conocía los secretos siempre malos de la vida pública. Hizo sus apuestas para su propia sucesión y volvió a perder por dos veces. Ya había ayudado al Estado, a su partido y a sus amigos. Había echado el resto en el trasvase de la Monarquía de Juan Carlos a la de Felipe. Podía marcharse.