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La mala historia de dos mujeres y su Pigmalión
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La mala historia de dos mujeres y su Pigmalión

domingo 11 de noviembre de 2018, 21:18h
El las convirtió en su mano derecha y en su mano izquierda. A una la dejó en el partido y a otra la llevó al Gobierno. Dos mujeres condenadas a enfrentarse hasta que sólo quedara una sin darse cuenta que en ese combate, en esa lucha por la herencia del sillón de mando y el liderazgo de la derecha española iban a destruirse. Así ha sido.

La huída política de su Pigmalión les dejó ante la imposible tarea de sucederle. Mientras se derrumbaban seis años de gobierno la favorita se quedaba en el Hemiciclo del Congreso con su bolso guardando el sitio del presidente. La otra, la que tuvo que quedarse para administrar una formación que se rompía a pedazos, se marchó de escolta en el viaje hacia la nada.

A Soraya Sáenz de Santamaría y a María Dolores de Cospedal, abogadas del estado por vocación y políticas por ambición les ha vencido el tiempo propio y personal del presidente. Soraya intentó sobrevivir cogiendo las riendas de un Partido Popular al que siempre había mirado de reojo. María Dolores quiso utilizar a ese mismo partido para expulsar de forma definitiva de la escena política a su enemiga. Y para conseguirlo tuvo que aceptar su propia derrota y dejar que el último tajo a la otrora poderosa vicepresidente lo diera otro.

Todos los que nos dedicamos a ver y opinar de la vida pública teníamos la certeza de que el día en que Mariano Rajoy dijera adiós - por cansancio o por derrota - se llevaría con él a sus dos escudos. Durante años de poder y de oposición y de regreso al poder había sido su Pigmalión, el líder que les había mostrado el camino para que construyeran el suyo desde los altos puestos de la Administración del Estado.

Puede que el hombre que más cargos ha tenido en cualquier gobierno de la democracia, hasta que con la paciencia de opositor consiguió alcanzar La Moncloa con una mayoría absoluta, quisiera emular al escultor que retrata Ovidio en sus Metamorfosis y sobre el granito traído de su tierra galaica esculpir un Jano femenino con sus dos caras en permanente movimiento gravitacional en torno a su persona.

Puede que en sus lecturas alejadas del ciclismo, y en busca de antecedentes literarios de prestigio en los que encontrar un sólido apoyo en la construcción de sus ninfas políticas, encontrara mejores materiales en el británico Shakespeare que en el teutón Goethe, sin darse cuenta que en realidad se estaba comportando como el transalpino Collodi y que a sus esculturas de madera les crecían las narices.

Al final, tal y como le ocurre al profesor Higgins en la obra de Shaw, sus dos floristas se dan cuenta de su poder y llegado el tiempo de las dagas no dudaron en enseñarle la curvatura afilada de sus aceros antes de hacerse el harakiri ellas mismas. Habían interiorizado tanto sus respectivos papeles en la obra escrita por don Mariano que han sido incapaces de interpretar otros.

Vicepresidenta y secretaria general tuvieron poder, perdieron poder y sufrieron tanto como gozaron de sus posiciones de privilegio en la vida pública. Aprendieron a mandar en una democracia en la que por las alcantarilla- en las oficiales y en las privadas - se puede llegar al poder pero con el barro hasta los ojos. Era imposible que sobrevivieran al tsunami de finales de mayo que tantas cosas se está llevando por delante. Primero sucumbió Santamaría tras rozar con la punta de los dedos lo que hubiera sido un largo martirio aunque no lo pensara, después Cospedal tras probar el amargor de su derrota interna.

Venganzas por venganzas, que vienen de tan lejos que ya aparecen en el Evangelio de Mateo, concretamente en el versículo 51 del capítulo 25, cuando Jesús pide a uno de los que le acompañan que le guarde la espada pues “el que ha hierro mata, a hierro muere”. Y menos espiritual y más terrenal nuestro Lope de Vega, que sabía de traiciones, de amoríos y venganzas antes de profesar, pone en boca de Laurencio cuando se dirige a Gerarda - dentro de La Dorotea - la frase que mejor simboliza el destino de Soraya y Dolores: “ Si el que mata con hierro muere a hierro, el que mata con la madera, bien puede temer lo mismo”.