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Un sprint de 30 días para suceder a Rajoy o morir en el intento
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Un sprint de 30 días para suceder a Rajoy o morir en el intento

lunes 11 de junio de 2018, 12:00h
Si las quinielas periodísticas aciertan sólo Núñez Feijoó puede concurrir en solitario gracias al apoyo que recibiría por parte de la mayor parte del PP. No lo lograrían ni Sáenz de Santamaría, ni Cospedal, ni mucho menos De la Serna o Bauzá, por colocar nombres donde aún no existen dorsales

Desde hoy, lunes 11 de junio de 2019, los corredores políticos que se pongan en la línea de salida que termina en el sillón de mando del Partido Popular tienen 30 días para ganar. El que fracase ya sabe lo que le espera: su “muerte” en el partido, por más que la agonía pueda prolongarse durante meses, hasta que se celebren los comicios del mes de junio de año próximo o hasta que el inesperadamente victorioso Pedro Sánchez convoque elecciones generales.

En esa imaginaria línea que va a situar la Junta Directiva Nacional en el calendario del mes de julio puede aparecer un único corredor, con lo que se evitarían las primarias a la que está obligado el partido en razón de sus Estatutos, o varios que concurran por separado, sin excluir que aparezcan dos o tres “equipos”. Si las quinielas periodísticas aciertan sólo Núñez Feijoó puede concurrir en solitario gracias al apoyo que recibiría por parte de la mayor parte del PP. No lo lograrían ni Sáenz de Santamaría, ni Cospedal, ni mucho menos De la Serna o Bauzá, por colocar nombres donde aún no existen dorsales.

Para conseguir suceder a Manuel Fraga y dejar a un lado a Isabel Tocino, que era la que el fundador tenía en su cabeza, tuvieron que marchar en peregrinación a Perbes, que era la localidad gallega en la que veraneaba don Manuel, un pequeño grupo de “embajadores” del por entonces presidente de Castilla y León. Entre Juan José Lucas, Rodrigo Rato y Federico Trillo le convencieron de que lo mejor para el refundado partido de la derecha española era colocar al frente a alguien con experiencia de gobierno, lo cual daba ventaja a Aznar, pero que además estaba dispuesto a que en la sala de máquinas del partido, en la secretaría general, estuviese el más duro de los capataces, Francisco Alvarez Cascos. Así se convenció y así triunfó la que se conoce como “la conjura de Perbes”.

Aznar se presentó a las elecciones generales, las perdió frente a Felipe González pero consiguió mejores resultados que don Manuel. Vino el Congreso de Sevilla y el PP ideado por Hernández Mancha antes de su defenestración para que se “fundiera” con el CDS de Adolfo Suárez, comenzó su andadura. Tardó seis años en llegar al poder, pero llegó tras siete años de durísima oposición y un lema repetido mil veces: “márchese señor González”. Bien es cierto, por si alguien no se acuerda o se olvida, que el soniquete no hubiese triunfado sin los casos evidentes y flagrantes de corrupción que atenazaron y hundieron al PSOE. Hoy, con evidentes paralelismos de fondo conviene recordar la historia.

Las bases del PP, los miles de militantes que le prestan su apoyo con más o menos entusiasmo, quieren elecciones primarias para elegir al nuevo líder. No quieren que Rajoy utilice el dedo para designar de forma más o menos directa un sucesor, ni que sea el sanedrín de los notables el que lo haga tras unos pactos de los que no se tenga constancia y claridad. Quieren que se les escuche y que el nuevo PP, si es que quiere sobrevivir, sea el partido de todos. Un deseo encomiable pero de difícil puesta en marcha, sobre todo porque si saliera alguien inesperado tendría que cohabitar con una estructura y unos representantes con asientos en el Congreso, en el Senado y en el resto de los órganos de gobierno de las autonomías y ayuntamientos de muy difícil encaje.

Juntar a Feijoó con Soraya o Cospedal de compañeras de candidatura es complicado y no asegura que vaya a tener reflejo en el cambio de imagen del PP, ni entre los militantes y aún menos entre los votantes. Los tres tienen problemas en solitario y muchos más en compañía. Lo que ocurra en la Junta Directiva es el primer paso, el de la simple convocatoria para un Congreso en el que serán los 3000 compromisarios los que, en definitiva, lleven a un nuevo presidente a cambiar el partido e intentar ofrecer a los españoles una nueva imagen y una nueva oferta electoral.

Si se deciden por organizar primarias y aparecen más candidatos - tan sólo se necesitan cien avales para presentarse - lo que puede ocurrir es una incógnita, por más que se quieran controlar los votos en los distintos territorios. El deseo de cambio y la frustración que sienten las bases populares ante lo ocurrido es tan grande que aventurar un resultado es casi una temeridad.