www.cronicamadrid.com
La alargada sombra de Suarez que persigue a Rajoy
Ampliar

La alargada sombra de Suarez que persigue a Rajoy

lunes 04 de diciembre de 2017, 23:50h
Cuarenta años después la alargada sombra de Adolfo Suárez se proyecta sobre el palacio de La Moncloa. El primer presidente de nuestra actual democracia consiguió todo lo que podía conseguir para buscarse un hueco en la historia de España en apenas cinco años, uno menos de los que lleva Mariano Rajoy en el poder.

Tras suceder a Carlos Arias Navarro, el último primer ministro de Franco, convencer al Rey de que era la mejor opción frente a Manuel Fraga y José María de Areilza, los dose que aparecían como favoritos para iniciar la Transición de la Dictadura a la Democracia, Adolfo Suárez ganó en 1977, con 165 escaños, las primeras elecciones libres tras legalizar al PCE de Santiago Carrillo. El PSOE, que también había iniciado su propia transición “enterrando” a los exiliados de Méjico y eligiendo a Felipe González como secretario general , se quedó en segundo lugar.

Un año después, en 1978, los españoles aprobaban la Constitución que aún nos rige con todos sus defectos y enormes virtudes, y el 3 de marzo de 1979 volvía a ganar en las urnas con el mismo número de escaños mientras el PSOE subía a 121, el PCE alcanzaba los 23 diputados, y la Alianza Popular de Manuel Fraga se quedaba en diez. Los nacionalistas catalanes y vascos se movían en cifras de representación muy parecidas a las actuales, tan sólo habría que cambiar los nombres en Cataluña para que el hoy se pareciera y mucho al ayer.

¿Qué pasó para que tres años más tarde el partido vencedor, con un nuevo cabeza de lista, apenas llegara a los 11 escaños y se encaminara a su completa desaparición?. La respuesta es la misma que Mariano Rajoy les puede y debe transmitir a los suyos: los enfrentamientos internos, el deseo de los llamados barones de acabar con el jefe, con el hombre que les había proporcionado dos victorias y cinco años de poder.

Los democristianos que habitaban en el interior de la UCD, encabezados por Oscar Alzaga y entre los que se encontraba Javier Arenas, no querían a Suarez, le despreciaban en privado y empezaron a combatirle en público. Lo mismo hicieron los liberales de Joaquín Garrigues, los socialdemócratas de Francisco Fernández Ordóñez, y hasta los “azules” de Rodolfo Martín Villa. Todos pensaron que el presidente del gobierno y del partido era prescindible. Lo pensó también el Rey Juan Carlos. Lo pensaron desde distintos puntos de vista los poderes económicos y los poderes militares y le obligaron a dimitir el 29 de enero de 1981, a las ocho menos veinte de la tarde, a través de un mensaje por televisión en el que colocaba a España por encima de sus intereses.

Pueden parecer muy lejanos estos hechos, incluso la gran mayoría de españoles puede creer que no tienen nada que ver con la España de hoy. Y se equivocan. Esta España de 2017 se parece bastante más de los que nos gustaría a la de 1981. Ahora, también, el partido que nos gobierna no quiere a su presidente, no quiere a su líder, la mayoría de sus dirigentes considera que Mariano Rajoy está amortizado y que debe ser sustituido. Lo piensa también una parte muy importante y numerosa de la clase financiera y económica. Lo cree una parte, tan sólo una parte, del sistema judicial. Y parece y esa es tal vez la gran diferencia que las Fuerzas Armadas están mucho más neutrales y alejadas de las luchas internas de la política y de los partidos de lo que lo estaban cuando varios generales y el teniente coronel Tejero quisieron cambiar el rumbo del país.

Y llega la gran pregunta, que tiene dos contestaciones dependiendo de quién la responde y si es en privado o en público: ¿ piensa el Rey Felipe VI que Rajoy debe abandonar La Moncloa por estar “quemado” como primer ministro?. Me inclino a creer que en Zarzuela el distanciamiento con el presidente del gobierno es muy grande, pero al mismo tiempo no parece que el Monarca esté dispuesto a “imitar” en ese aspecto a su padre. Los dos, cada uno en su tiempo y con España en contextos políticos - nacionales e internacionales - muy diferentes se jugaban y se juegan la Corona.

A Mariano Rajoy le pueden echar del poder unas elecciones y una derrota, de ahí que sean muchos los que pidan y exijan ir a las urnas en Primavera, y pongan a la ingobernable Cataluña que puede surgir del 21 de diciembre como la mejor de las pruebas del deterioro en el liderazgo del inquilino de La Moncloa. Al día siguiente le esperan en el Congreso y en los medios de comunicación la oposición en pleno, con Albert Rivera y Pedro Sánchez a la cabeza.

Para que PSOE y Ciudadanos puedan llegar a gobernar en coalición tienen que conseguir que algunos dirigentes populares estén dispuestos a dinamitar al PP desde dentro. Lo mismo que hicieron los entonces “barones ideológicos” en 1981. Puede que lo consigan con el muy disimulado apoyo de poderes externos y no únicamente nacionales. Lo tienen francamente difícil. Rajoy conoce la historia, la ha vivido desde que asistió como espectador a la voladura de la UCD mientras hacía la mili en Valencia fregando escaleras en Capitanía General y preparaba las oposiciones registrador de la propiedad. Oposiciones, por cierto, que sacó convirtiéndose en el registrador más joven de España.

La historia tiene mucho de buen profesor si los alumnos atienden y aprenden a no repetir errores. El PP ha perdido mucho del poder conseguido en 2011, cuando logró la mayoría absoluta en el Senado y la mayoría absoluta en el Congreso, pero volvió a ganar en 2015 y en 2016, con el mismo candidato las tres veces. Esa es la gran fortaleza de Rajoy, el político que susurraba por igual al palo y a la zanahoria. ¿Su gran debilidad?: tiene miedo a los espectros de enemigos internos y adversarios externos que ha ido dejando por el camino y que se ocultan a la sombra histórica del hombre que está enterrado junto a su esposa en uno de los laterales de la catedral de Avila.