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El coronel regresa a Macondo

jueves 02 de octubre de 2014, 12:47h
Hace sesenta años nació Macondo dentro de uno de los cuentos de la Mamá grande que Gabriel García Marque escribió mientras hacía de reportero por el mundo y preparaba su propia y ensoñadora biografía transmutado en el coronel Aureliano Buendía, el patriarca de una familia que tras cien años de soledades desaparecería en la misma selva de la que naciò, la selva convertida en metáfora de un Continente, de unas ambiciones y sueños aplastados por una civilización de la que había intentado huir y que alcanzó y destruyó a cada uno de sus miembros.

La muerte de Gabo estaba anunciada desde hacía meses y el México que le había heredado desde mediados de los años setenta como un emigrante de lujo desde su Colombia natal se preparaba para darle el último adiós cuando se enteró de su ingreso en el hospital, perdido el combate final contra el cáncer. El coronel tenía el billete para regresar a Macondo, ligero de equipaje tal y como aprendió de Machado, otro emigrante con la palabra en el hatillo como alimento de millones de mujeres y hombres a los que la vida les golpea pero que nunca les vence.

El premio Nobel de Literatura, referencia obligada del siglo XX, transformò Aracataca, su pueblo natal, en el pueblo de millones de lectores tras bautizarlo como Macondo y convertirlo a partir de 1967 en el destino freudiano de todos aquellos que se enfrentan a sus fantasmas y los conjuran mientras conviven con ellos, sabedores de lo imposible que resulta dejarlos tranquilos en sus tumbas. Ahora regresa allí, a conversar con sus propias criaturas. Con José Arcadio, con Ursula, con Amaranta, para asegurarles que entendió sus palabras escritas, aquello y esto de que " la buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad", la misma que acompaña como un viejo vestido a todos los Aurelianos de la estirpe Buendía.

García Márquez fue un heterodoxo hasta el final, preso y dueño de sus propias contradicciones, las que le llevaron a ser amigo de Fidel Castro y pregonero de la revolución cubana al mismo tiempo que denunciaba la opresión de los pueblos de Amsrica del Sur a manos de la minoría dirigente. Quedará para siempre su defensa de la palabra como método contra el olvido, contra la ignorancia, contra la marginación. Tabla de salvación de lo que consideramos civilización, único método para evitar que los poderosos venzan a la crítica, ese instrumento al alcance de todos hayan nacido en Aracataca o Nueva York. Al fin y al cabo, Macondo se funda cada día en el corazón y existen unas gotas de sangre Buendía en cada uno de nosotros. Ese era y es el gran secreto que escondían los manuscritos de Melquiades, el gitano trashumante que vivo y muerto siempre regresaba al pueblo que nació de un sueño.
El coronel regresa a Macondo